jueves, 18 de julio de 2013

Longueira, la Derecha, las victorias y las derrotas



Yo sí creo que Pablo Longueira tiene una depresión fulminante y por eso renunció a su candidatura. Es algo verosímil y, probablemente, verídico.

Longueira es un ejemplo, como pocos, del exitista neoliberal. Él mismo lo dijo varias veces: "Cada vez que me he presentado a una elección, he ganado. Yo nunca he perdido, yo nunca pierdo". Y lo demostró en las primarias recién pasadas, donde su partido debió bajar a su candidato original en medio del escándalo y el adversario llevaba meses de campaña avanzada. Ahí, en ese contexto, Longueira superó toda la adversidad y ganó. Nuevamente ganó pese a tener una contra interna importante en la UDI, pese a ser uno de los políticos con mayor voto de rechazo en el país y pese a haber llegado inesperadamente a la competencia. Y una vez contado el último voto de esas primarias, se vio victorioso y más cerca que nunca del sueño de todo político, pero especialmente más cerca que nunca del más grande sueño de su vida: ser Presidente de la República. 

Pero no debe haber necesitado más de un par de días para entender que ese menos de un millón de votos que obtuvo su Alianza y esa crisis constante, y en estos días agravada, que vive su coalición política eran lo más cerca que estaría jamás de cumplir su sueño. Quizá le bastaron horas a Longueira para entender que su épica victoria era a la vez su más fulminante derrota. Que no hay que ser adivino ni mago para saber que en noviembre él, el que nunca perdía, perdería como nunca.

Él, que era de los que siempre ganaban, por las buenas (conquistando el voto de millones) o por las malas (con bolsas de mercadería repartidas por las poblaciones o con el Binominal enquistado en nuestras instituciones), sería el mayor símbolo de la derrota. De una derrota que se ve inevitable en el horizonte pese a todas las buenas o malas maniobras de su sector.

Y una vez entendido eso, se entiende la crisis y la depresión que le debe haber llegado al líder de los que han hecho todo para ganar siempre, aunque sean minoría y en verdad pierdan. Porque aunque sea sorpresiva esta coyuntura, ésta es en realidad una historia conocida. Que ya la vimos en los años sesenta, cuando en Chile la Derecha fue barrida, y que de ser tradicionalista e institucional, se volvió fascista y golpista. La historia es la misma que ha tenido secuestrada a la democracia de nuestro país: Que la Derecha, simplemente, no sabe perder.

Hay que tener cuidado entonces, porque si la Derecha no sabe perder y va a perder, una reacción insólita y sorpresiva no es descartable.

Pero, si la Derecha no sabe perder ¿Los que siempre han perdido, estarán aprendiendo a ganar?

Noviembre algo al respecto nos dirá.

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miércoles, 10 de julio de 2013

Violencia, Noviolencia y Radicalidad

Por Ignacio Torres G.



         Desde hace algún tiempo dentro del movimiento estudiantil hay cierta discusión que parece ir derivando hacia la premisa de que noviolencia es sinónimo de reformismo[1] y, por consiguiente, que la violencia implica radicalidad.
         Lamentablemente, cuando se reflexiona en público sobre la violencia sucede una cosa curiosa: se discute sobre varias cosas anexas o derivadas de la violencia, como la legitimidad de ella, su eficacia, los diversos tipos que hay, etc., pero se obvia una cuestión fundamental, que es responder la elemental pregunta de ¿qué es la violencia?
Responder conceptualmente sobre qué es la violencia, dar una definición de ella para poder discutir provechosamente al respecto es necesario no sólo por la evidente claridad mínima, el acuerdo insoslayable de común comprensión sobre lo que se trata propio de cualquier discusión, sino que especialmente porque se trata de un tema complejo, difícil de asir y de limitar. Frecuentemente cuando se habla de violencia se alude a cuestiones muy concretas, como golpes, atentados o guerras, pero aquellas acciones no son definiciones conceptuales de violencia, sino que ejemplos de formas de violencia. La violencia, al parecer, no es tan fácil de definir, más aún cuando intuitivamente situaciones análogas nos parecen muy distintas respecto al calificativo de “violentas”. Por ejemplo, si en un debate, precisamente sobre violencia, uno de los expositores redujera a otro, lo inmovilizara y frente al público le cortara una pierna con un cuchillo, amputándosela, nadie dudaría de que obró violentamente y esa persona sería objeto del odio del amputado, del repudio social de los testigos y más que seguramente de una sanción penal por parte del sistema judicial; pero si esa misma persona fuera un médico y la “víctima” alguien aquejado de una gangrena en su pierna y el médico inmovilizara a esta persona mediante sustancias (anestesia) y cortara con un cuchillo (un bisturí) su pierna, amputándosela, frente a un público (de estudiantes de medicina), sucedería con toda probabilidad que ese médico recibiría la gratitud del amputado, la admiración de los testigos por la tarea bien hecha, y la recompensa del servicio de salud donde realizó la operación pagándole una cuantiosa suma de dinero. Y eso que en ambos casos de lo que se trató, en concreto, fue nada menos que la amputación de una extremidad a una persona. Alguien podría decir, sin embargo, que el ejemplo es demasiado elaborado y que evidentemente hay cuestiones que son violentas en sí mismas, como los golpes. Pero ante eso habría que recordar simplemente la Maniobra de Heimlich, famosa gracias al cine y la TV, mediante la cual se desobstruyen las vías respiratorias de alguien que sufre asfixia por el bloqueo que le produce algún elemento, y que no es otra cosa que golpear el abdomen de la persona con ambas manos, maniobra que, cuando menos, parece forzado calificar de violenta. Si una persona se abalanza contra otra, la reduce e inmoviliza, ciertamente que diríamos que se trata de una agresión y un acto violento, pero si esa persona inmovilizada estaba violando a una niña y quien se abalanzó sobre ella la inmovilizó para detener ese ataque sexual, probablemente diríamos que fue un héroe más que un violento.
Algo pasa, entonces, con el concepto mismo de violencia, que al parecer tiene cierta complejidad y que, por lo mismo, es muchas veces dejado de lado por quienes discuten al respecto. Pero hay cierta tradición de pensadores y activistas que ha defendido y promovido históricamente la Noviolencia Activa y la han definido a ella y a la violencia. Y recogiendo sus aportes[2] es posible intentar una definición de violencia como la anulación de la intención, esto es, colocar a una persona en posición de objeto, negando su condición de sujeto y, por lo tanto, convertirla en herramienta de realización de intenciones ajenas a la propia. O dicho de otra forma, la violencia es el cercenamiento de la libertad o la realización concreta y material de la dominación.
Y si seguimos esta definición, se nos hace comprensible ahora porqué el médico que amputa la pierna de un paciente enfermo no es violento: porque lo hace con el consentimiento del paciente, siguiendo la intención de éste, y con el fin de salvarle la vida, o sea, de prolongar, de hacer posible en el futuro su intencionalidad, su libertad. Y lo mismo pasa con aquel que realiza la Maniobra de Heimlich al prójimo que se asfixia frente a sus ojos y le salva la vida y asegura su intencionalidad, pues se la amplía, exactamente lo contrario de anularla. Y cuando se trata de quien salva a una niña de una agresión sexual, precisamente no hay violencia de su parte porque de lo que se trata ahí es de una liberación de alguien que está siendo sometido a violencia, y detener la violencia es distinto a ejercerla, aunque en la situación concreta el límite pueda ser delgado (detener una agresión sexual sería reducir al atacante e inmovilizarlo, pero cuando a ese victimario se lo agrede en venganza por lo que ha hecho, se pasa a ejercer violencia).
De lo anterior se derivan varias cuestiones relevantes. La primera y obvia es que si la violencia es la anulación de la intención, sólo hay violencia cuando se trata de seres intencionales, por lo que hablar de que “se violentó una cosa” resulta absurdo. Las cosas pueden destruirse, abandonarse o protegerse, pero violentarse no, aunque sí se pueda violentar a personas utilizando objetos.
Lo segundo, y quizá más importante de todo, es que entendida la violencia como aquí se la está entendiendo, basta analizar someramente el mundo para comprender que vivimos en un mundo precisamente violento, donde la violencia es parte de la experiencia de vida de la inmensa mayoría (¿de la totalidad?) de las personas, y ésta es ejercida tanto por los individuos entre sí como por sistemas institucionales, algunos de los cuáles producen discursos de legitimación pública de la violencia que ejercen. Si la violencia es la anulación de la intencionalidad, la objetivación de personas o conjuntos humanos como meros instrumentos de otros, tiene sentido hablar de violencia económica, política, sexual, religiosa y muchas más, porque son muchos y variados los planos donde se cercena la libertad humana, donde se anula la intencionalidad, siendo la violencia física apenas la más burda y evidente forma de violencia pero ni de lejos la más extendida ni intensa. Así las cosas, la explotación, la discriminación, la persecución, en fin, muchos fenómenos sociales son expresiones de ese fantasma que recorre la sociedad contemporánea: la violencia, que es la cara concreta de la dominación. Y entonces, es fácil comprender que la violencia no es una excepción, no es un acto aislado y extraordinario que ocurre excepcionalmente, sino que es la moneda corriente en una sociedad cuyo sistema de relaciones tiene incorporada a la violencia dentro de sí mismo.
De esta manera, la tercera cuestión relevante es que los actos deliberadamente violentos que una persona o un grupo pueden realizar son una reproducción de lo que normalmente sucede en la sociedad, produciéndose la paradoja de que cuando se actúa violentamente para cambiar el orden de cosas imperante, en realidad se lo reafirma al hacer exactamente lo que sucede día a día en el marco de ese orden de cosas. Así visto, la Noviolencia Activa, en tanto metodología de acción, postura ética y propuesta teórica, si se despliega en plenitud, esto es, generando relaciones solidarias, horizontales y no impositivas y siendo efectivamente activa, valiente, realizadora de cosas y no mera crítica discursiva a la violencia, se constituye como un actuar disruptor de la facticidad dominante, se convierte en una ventana para ver y vivir un modo diferente al que impera con este orden de cosas, se manifiesta como un efecto demostrador y performativo de que los actos humanos pueden no estar dominados por la violencia y que por lo tanto el mundo puede superar el estado violento en el que se encuentra. Así, la genuina Noviolencia Activa aspira a un cambio profundo en el modo en que vivimos. En la Noviolencia Activa está la radicalidad.




[1] Un ejemplo al respecto puede verse en la Declaración Pública que elaboró un grupo de estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile.
[2] Esta definición ha sido construida por el autor de esta columna en base a planteamientos de Tolstoi, Gandhi, King y, especialmente, Silo.


miércoles, 15 de mayo de 2013

¿Se volverá latinoamericano el Pueblo Chileno?

Por Ignacio Torres G.


Entre las muchas cosas que se dicen sobre Chile, se habla de que constituye una excepción en Latinoamérica.

Chile sería, dicen algunos conspicuos señores, un país distinto, muy diferente al resto de los que conforman el arco latinoamericano. Como tantos otros mitos que rondan sobre nuestro país, esta afirmación no se argumenta ni se defiende mucho, sino que más bien se repite hasta el cansancio a través de muchos medios de comunicación en la voz de "analistas" o "expertos" que acompañan esta idea con frases como que "Chile es un país serio", aquí "las instituciones funcionan" o "somos otra cosa entre las repúblicas bananeras del continente".

Por supuesto, ninguno de esos expertos repara en que Chile tiene el mismo origen colonial y mestizo que el resto del continente, que vivió una cruenta Guerra de Independencia, que tuvo turbulencias políticas y guerras civiles en sus primeros años de vida republicana (y en nuestro caso varias décadas después también), que hubo una fronda aristocrática que gobernó como quizo el país todo el siglo XIX y lo insertó en el circuito capitalista mundial desde una posición periférica, igual que como pasó en el resto de las ex-colonias españolas y portuguesas de la zona. Tampoco cuenta para ellos que a principios del siglo XX los sectores populares vivieran en condiciones infra-humanas mientras la élite se creía parte de Francia y vivía como tal en lujosos palacios, o que se fue desarrollando un proceso de concietización y organización de los trabajadores que décadas después llevaría a sectores medios a controlar el Estado y volcarlo a incentivar la industrialización y el desarrollo planificado con preponderancia estatal, o que en los sesenta también nos tocó la ola revolucionaria impulsada por la Revolución Cubana y la búsqueda de la construcción del Socialismo (que por acá llegó a su máximo nivel con un presidente socialista electo por votación popular), o que vivimos una dictadura brutal que se coordinó con las de otros países para realizar la Operación Cóndor y otras felonías innombrables, o que se nos impuso a la fuerza fórmulas neoliberales igual que en Perú (con Fujimori haciéndose un autogolpe) o en Argentina (con Menem re-eligiéndose). En fin, para estos señores el que Chile haya vivido procesos tan parecidos a los del resto de los países del continente durante sus dos siglos de historia, da lo mismo.

Chile es diferente nos repiten, y nos muestran los desastres institucionales del continente, como si acá no existiesen los escándalos de las estadísticas públicas, los cientos de miles de ciudadanos muertos que pueden votar en las elecciones, los rectores de universidades presos por sobornar a organismos públicos y tantas otras situaciones de inoperancia, ineficiencia y farandulización política que nos dejan al nivel del peor país bananero imaginable. La depredación ambiental propia del extractivismo que nos hermana tan íntimamente con el resto del continente es irrelevante también.

Chile es diferente, insisten. Su estabilidad política es distintiva. Y ahí uno empieza a creer que quizá el bialiancismo asegurado por el sistema binominal es algo particular chileno, un amarre más que una estabilidad, que nos diferencia del resto del continente. Pero eso tampoco es cierto, porque nuestras queridas repúblicas hermanas también vivieron épocas en que unos cuantos grupos políticos dominaron el control del Estado, y por períodos mucho más largos de lo que ha pasado en Chile (y ahí Venezuela es un ejemplo notable con COPEI, AD y URD). Y que esos grupos políticos fueran diferenciándose de la sociedad, cerrándose, farandulizándose y sus más altos dirigente convirtiéndose en una "casta política" que se entendió a sí misma como la encargada de conducir el país sin que importara mucho la opinión del Pueblo y sí la del FMI es algo que no sólo ha pasado en Chile, sino que pasó en todo el continente.

Chile está mucho más cerca de América Latina de lo que algunos expertos nos quieren hacer creer. Y nos quieren hacer creer eso porque en el continente sí ha pasado algo que aún está a la espera en Chile.

A lo largo y ancho de Latinoamérica, en Nicaragua, Honduras, Venezuela, Ecuador, Perú, Brasil, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Argentina desde fines de la década de los noventa vienen surgiendo gobiernos progresistas, reformistas, preocupados de velar por la soberanía nacional ante el saqueo multinacional, que intentan redistribuir el poder institucional y que pretenden generar condiciones de igualdad material en la población de sus países. Tienen muchas diferencias entre sí, pero Daniel Ortega, Manuel Zelaya, Hugo Chávez y Nicolás Maduro, Rafael Correa, Ollanta Humala, Lula Da Silva y Dilma Rousseff, Tabaré Vásquez y José Mujica, Fernando Lugo, Evo Morales y Néstor Kirchner y Cristina Férnandez comparten el ser símbolos de cambio en la política de sus países, pasando del más agresivo neoliberalismo, que se implantó muchas veces a la fuerza en la región, a modelos de desarrollo que prentenden ir en una dirección distinta, con más preocupación social y participación popular, con diferentes grados y prioridades por cierto, pero diferenciándose de la etapa anterior tan profundamente neoliberal con todo lo que ella implicó.

Pero eso aún no pasa en Chile. Aquí seguimos con el imperio neoliberal y sin iniciar un proceso de cambio popular como en el resto del continente. Aún.

Porque sucede que en esos países, antes de que los presidentes nombrados llegaran a ocupar su cargo, se vivieron intensos procesos de descrédito de la política tradicional y fuertes movilizaciones sociales. La crisis del 2001 en Argentina y su "Que se vayan todos!" o las incontables manifestación populares lideradas por Evo en Bolivia que botaron a más de un Presidente son ejemplos claros de ello.

Y aquí, en Chile, se insiste con que somos un país distinto al resto de Latinoamérica de manera interesada, pues hay ya muchas señales de que lo que forzaron los pueblos en el resto del continente está ad-portas de ocurrir también en nuestro país.

¿O es que alguien duda del insólito descrédito de la casta política gobernante enfrascada en sus discusiones palaciégas y disputas por cargos, cupos y poder? ¿alguien podría desmentir el creciente proceso de movilización que comenzó tibiamente el 2001, fue creciendo hasta tener un hito notable el 2006 y explotó con toda su fuerza el 2011? ¿Alguien no cree que se han ido instalando socialmente demandas muy alejadas del modelo neoliberal que nos impera como la educación gratuita, la nacionalización de los recursos estratégicos del país o la Asamblea Constituyente? Y estamos en un año coyunturalmente especial pues hay elecciones presidenciales en medio de todo este panorama y con una enorme cantidad de candidatos, algunos de ellos muy alejados de la política tradicional que domina, aún, el país.

Uno de ellos lo dijo hace algunas semanas en un programa de televisión: a Rafael Correa le dieron durante meses el 2% de los votos en las encuestas y finalmente ganó e inició un proceso de cambio que incluyó una nueva Constitución. Y ese mismo candidato estos últimos días ha desbordado auditorios y salones en sus conferencias, teniendo que hacer la última de ellas en plena plaza pública pues llegaron a escucharlo diez veces más personas que lo que su comando tenía proyectado.

¿Será este año aquel en que Chile siga la senda de sus hermanos latinoamericanos? ¿Ganarán los interesados expertos de siempre o nuestro país seguirá con su pertenencia histórica sumándose también a los procesos de cambio que recorren toda nuestra querida América Latina?

El Pueblo dirá.

sábado, 21 de julio de 2012

Acerca de lo Humano




  "...Sentir lo humano en el otro, 'es sentir la vida del otro en un hermoso y multicolor arco iris, que más se aleja en la medida en que quiero detener, atrapar, arrebatar su expresión. Tu te alejas y yo me reconforto, si es que contribuí a cortar tus cadenas, a superar tu dolor y sufrimiento. Y si vienes conmigo es porque te constituyes en un acto libre como ser humano, no simplemente porque has nacido "humano". Yo siento en tí la libertad y la posibilidad de constituirte en ser humano. Y mis actos tienen en tí blanco de libertad. Entonces, ni aún tu muerte detiene las acciones que pusiste en marcha, porque eres esencialmente "tiempo y libertad". Amo pues del Ser Humano, su humanización creciente. Y en momentos de crisis de cosificación, en momentos de deshumanización, amo su posibilidad de rehabilitación futura."

Silo.



martes, 3 de julio de 2012

¿Sueldo Mínimo? ¡Propiedad participativa de los trabajadores!

   Chile está en medio de una discusión por la pronta aprobación de la nueva Ley de Sueldo Mínimo, que fijará el piso legal de los salarios a pagar en el país en $193.000.-. Una miseria sin lugar a dudas ¿quien puede vivir con menos de doscientos mil pesos en un país tan caro como el nuestro? Ya hay convocadas manifestaciones por parte de la CUT, circulan informaciones al respecto y parece empezar cierta necesaria indignación ante un panorama tan exasperante: la clase política promueve un sueldo mínimo de migajas mientras los medios nos informan de la inauguración del Costanera Center y sus lujosas tiendas, o las nuevas instalaciones de una marca de autos en La Dehesa, cuyo auto más "económico" cuesta sobre veinticinco millones de pesos. El tema da paso a que se hable sobre la desigualdad y vuelve a tocarse un tema crítico en el país: la infamante concentración de la riqueza, que hace que unos pocos, realmente muy pocos, se queden con las ganancias del trabajo y las riquezas de todo Chile.
   Si bien estamos avanzando y los feudales discursos sobre "el chorreo" de la riqueza desde los segmentos más ricos hacia la mayoría empobrecida y endeudada empiezan una suerte de retirada y van siendo reemplazados por la labor incesante de economistas y organizaciones comprometidas que explican lo fundamental de la igualdad para el desarrollo del país y que plantean el salario como la justa retribución al trabajador por su fundamental aporte en el proceso económico (y no como una especie de dádiva generosa y graciosa de parte de los que tienen a los que no tienen, como parecen entenderlo los defensores del chorreo neoliberal), aún estamos muy cortos en el debate.
    Cuando hablamos de sueldo mínimo, igualdad, redistribución y justicia, deberíamos hablar necesariamente de la relación entre capital y trabajo si queremos hacer un análisis profundo de como mejorar la situación actual. Desde el Humanismo se ha planteado desde la publicación del Documento Humanista que los factores de producción son el Capital y el Trabajo, y están de más la Usura y la Especulación. Y para que la economía genere un desarrollo justo y para todos (o sea, un verdadero desarrollo). la relación entre capital y trabajo debe ser de equilibrio, de igualdad. Ambos son factores de la producción, de ambos depende la economía y ambos están en riesgo en caso de crisis o pérdidas, lo que lleva a que la propiedad de las empresas deba ser compartida, al igual que la gestión, entre los trabajadores y el capital. 
  Urge una buena ley de sueldo mínimo, pero probablemente urge más una Ley sobre Propiedad Participativa de los Trabajadores, que permita que se involucren directa y comprometidamente en la gestión y propiedad de la empresa, en una relación igualitaria con el capital, recibiendo las ganancias correspondientes por su labor.
   Sólo en ese momento vamos a poder hablar, en serio, de construir una sociedad en igualdad. 


Humanistas argentinos planteando gráficamente lo que se dice en este post.

miércoles, 20 de junio de 2012

Las Condiciones del Diálogo

"No habrá diálogo cabal sobre las cuestiones de fondo de esta civilización hasta que se empiece, socialmente, a descreer de tanta ilusión alimentada con los espejuelos del sistema actual. (...) Entre tanto, el diálogo seguirá siendo insustancial y sin conexión con las motivaciones profundas de la sociedad. Sin embargo, está claro que en algunas latitudes se ha comenzado a mover algo nuevo, algo que empezando en diálogo de especialistas estará luego ocupando la plaza pública."

Silo
Al recibir el Doctorado Honoris Causa de la Academia de Ciencias de Rusia



lunes, 18 de junio de 2012

¡Mar para Bolivia!


“¡Mar para Bolivia! ¡Mar para Bolivia! Integración latinoamericana y superación de guerras imperialistas del siglo antepasado YA” es lo primero que se me ocurre escribir en las redes sociales cuando me entero que el tema está en la pauta de los medios de comunicación masivos, a propósito de la Cumbre desarrollada en Bolivia y, unos días después, de las palabras del Presidente Evo Morales al respecto. La reacción es llamativa: amigos destacan la frase, la comparten, la comentan. Es una reacción llamativa pero que no me sorprende. Estoy seguro que día a día aumentan las personas en Chile que están a favor de que Bolivia tenga una salida soberana al mar, pero sobre todo, cada día hay más gente convencida de la necesidad de avanzar decididamente en la integración de los países latinoamericanos, superando los efectos de antiquísimas guerras y divisiones en el continente.
Cuando se fundó el Partido Humanista en 1984, se incluyó en la Plataforma Humanista (el documento programático del PH en esos años) la entrega de una salida soberana al mar para Bolivia. La reacción de la prensa y la clase política dictatorial y de oposición fue de una burla cerrada. Nadie dio crédito a lo que planteaba el PH y se pronosticó un abrupto y rápido fin del partido y un rechazo absoluto a la idea. Incluso se encargó una encuesta que afirmó que apenas el 0,6% de la población apoyaba la entrega de territorio a nuestro país vecino. El año 2005 el PH seguía vivo, tenía un candidato presidencial muy destacado en la figura de Tomás Hirsch, y mantenía todas las propuestas planteadas en 1984, incluyendo el de mar para Bolivia. Una nueva encuesta de ese año determinó que el 26% de la población apoyaba la medida humanista, en pleno contexto de un silenciamiento profundo al PH y a sus ideas durante todos los años noventa. Han pasado siete años desde esa fecha, no se ha hecho ninguna encuesta al respecto entre tanto, pero el movido clima político y social del país hace pensar que aquella cifra de apoyo sigue creciendo y consolidándose.
Y aquello es de lo más natural si vamos viendo que poco a poco, pero vigorosamente, va instalándose la conciencia colectiva de que el conflicto entre Chile y Bolivia es la herencia de una guerra promovida por capitales extranjeros y potencias imperialistas del siglo XIX que buscaban sacar rédito a los recursos naturales de la zona que actualmente es el norte de Chile. Seamos claros: el nombre de Guerra del Pacífico no es más que un eufemismo para una confrontación que debe llamarse con propiedad Guerra del Salitre, pues ese recurso era el que estaba en juego y la razón por la cual Chile desplegó sus tropas en territorio boliviano… para que el gran ganador de todo fuera el magnate inglés John Thomas North.
Vale la pena entonces preguntarse ¿Por qué dos pueblos hermanos, que comparten mucho y pueden desenvolverse en el futuro con grandes posibilidades si trabajan juntos, siguen divididos por una guerra del siglo antepasado que fue movida por intereses extranjeros? Claramente la respuesta a esa pregunta será que aún se mantienen muchos de esos intereses y que se han creado otros nuevos a los cuales les beneficia la situación actual. Por eso, urge que los pueblos de ambos países y de toda Latinoamérica se empoderen, asuman decididamente el desafío de superar las divisiones del pasado y trabajen por la integración. Porque está claro que la clase política, al menos la chilena, no tiene ningún interés en que la situación cambie y mejoren las cosas para nuestro continente. Sólo los pueblos, en cooperación y sintonía son los que pueden permitirnos avanzar



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