miércoles, 15 de mayo de 2013

¿Se volverá latinoamericano el Pueblo Chileno?

Por Ignacio Torres G.


Entre las muchas cosas que se dicen sobre Chile, se habla de que constituye una excepción en Latinoamérica.

Chile sería, dicen algunos conspicuos señores, un país distinto, muy diferente al resto de los que conforman el arco latinoamericano. Como tantos otros mitos que rondan sobre nuestro país, esta afirmación no se argumenta ni se defiende mucho, sino que más bien se repite hasta el cansancio a través de muchos medios de comunicación en la voz de "analistas" o "expertos" que acompañan esta idea con frases como que "Chile es un país serio", aquí "las instituciones funcionan" o "somos otra cosa entre las repúblicas bananeras del continente".

Por supuesto, ninguno de esos expertos repara en que Chile tiene el mismo origen colonial y mestizo que el resto del continente, que vivió una cruenta Guerra de Independencia, que tuvo turbulencias políticas y guerras civiles en sus primeros años de vida republicana (y en nuestro caso varias décadas después también), que hubo una fronda aristocrática que gobernó como quizo el país todo el siglo XIX y lo insertó en el circuito capitalista mundial desde una posición periférica, igual que como pasó en el resto de las ex-colonias españolas y portuguesas de la zona. Tampoco cuenta para ellos que a principios del siglo XX los sectores populares vivieran en condiciones infra-humanas mientras la élite se creía parte de Francia y vivía como tal en lujosos palacios, o que se fue desarrollando un proceso de concietización y organización de los trabajadores que décadas después llevaría a sectores medios a controlar el Estado y volcarlo a incentivar la industrialización y el desarrollo planificado con preponderancia estatal, o que en los sesenta también nos tocó la ola revolucionaria impulsada por la Revolución Cubana y la búsqueda de la construcción del Socialismo (que por acá llegó a su máximo nivel con un presidente socialista electo por votación popular), o que vivimos una dictadura brutal que se coordinó con las de otros países para realizar la Operación Cóndor y otras felonías innombrables, o que se nos impuso a la fuerza fórmulas neoliberales igual que en Perú (con Fujimori haciéndose un autogolpe) o en Argentina (con Menem re-eligiéndose). En fin, para estos señores el que Chile haya vivido procesos tan parecidos a los del resto de los países del continente durante sus dos siglos de historia, da lo mismo.

Chile es diferente nos repiten, y nos muestran los desastres institucionales del continente, como si acá no existiesen los escándalos de las estadísticas públicas, los cientos de miles de ciudadanos muertos que pueden votar en las elecciones, los rectores de universidades presos por sobornar a organismos públicos y tantas otras situaciones de inoperancia, ineficiencia y farandulización política que nos dejan al nivel del peor país bananero imaginable. La depredación ambiental propia del extractivismo que nos hermana tan íntimamente con el resto del continente es irrelevante también.

Chile es diferente, insisten. Su estabilidad política es distintiva. Y ahí uno empieza a creer que quizá el bialiancismo asegurado por el sistema binominal es algo particular chileno, un amarre más que una estabilidad, que nos diferencia del resto del continente. Pero eso tampoco es cierto, porque nuestras queridas repúblicas hermanas también vivieron épocas en que unos cuantos grupos políticos dominaron el control del Estado, y por períodos mucho más largos de lo que ha pasado en Chile (y ahí Venezuela es un ejemplo notable con COPEI, AD y URD). Y que esos grupos políticos fueran diferenciándose de la sociedad, cerrándose, farandulizándose y sus más altos dirigente convirtiéndose en una "casta política" que se entendió a sí misma como la encargada de conducir el país sin que importara mucho la opinión del Pueblo y sí la del FMI es algo que no sólo ha pasado en Chile, sino que pasó en todo el continente.

Chile está mucho más cerca de América Latina de lo que algunos expertos nos quieren hacer creer. Y nos quieren hacer creer eso porque en el continente sí ha pasado algo que aún está a la espera en Chile.

A lo largo y ancho de Latinoamérica, en Nicaragua, Honduras, Venezuela, Ecuador, Perú, Brasil, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Argentina desde fines de la década de los noventa vienen surgiendo gobiernos progresistas, reformistas, preocupados de velar por la soberanía nacional ante el saqueo multinacional, que intentan redistribuir el poder institucional y que pretenden generar condiciones de igualdad material en la población de sus países. Tienen muchas diferencias entre sí, pero Daniel Ortega, Manuel Zelaya, Hugo Chávez y Nicolás Maduro, Rafael Correa, Ollanta Humala, Lula Da Silva y Dilma Rousseff, Tabaré Vásquez y José Mujica, Fernando Lugo, Evo Morales y Néstor Kirchner y Cristina Férnandez comparten el ser símbolos de cambio en la política de sus países, pasando del más agresivo neoliberalismo, que se implantó muchas veces a la fuerza en la región, a modelos de desarrollo que prentenden ir en una dirección distinta, con más preocupación social y participación popular, con diferentes grados y prioridades por cierto, pero diferenciándose de la etapa anterior tan profundamente neoliberal con todo lo que ella implicó.

Pero eso aún no pasa en Chile. Aquí seguimos con el imperio neoliberal y sin iniciar un proceso de cambio popular como en el resto del continente. Aún.

Porque sucede que en esos países, antes de que los presidentes nombrados llegaran a ocupar su cargo, se vivieron intensos procesos de descrédito de la política tradicional y fuertes movilizaciones sociales. La crisis del 2001 en Argentina y su "Que se vayan todos!" o las incontables manifestación populares lideradas por Evo en Bolivia que botaron a más de un Presidente son ejemplos claros de ello.

Y aquí, en Chile, se insiste con que somos un país distinto al resto de Latinoamérica de manera interesada, pues hay ya muchas señales de que lo que forzaron los pueblos en el resto del continente está ad-portas de ocurrir también en nuestro país.

¿O es que alguien duda del insólito descrédito de la casta política gobernante enfrascada en sus discusiones palaciégas y disputas por cargos, cupos y poder? ¿alguien podría desmentir el creciente proceso de movilización que comenzó tibiamente el 2001, fue creciendo hasta tener un hito notable el 2006 y explotó con toda su fuerza el 2011? ¿Alguien no cree que se han ido instalando socialmente demandas muy alejadas del modelo neoliberal que nos impera como la educación gratuita, la nacionalización de los recursos estratégicos del país o la Asamblea Constituyente? Y estamos en un año coyunturalmente especial pues hay elecciones presidenciales en medio de todo este panorama y con una enorme cantidad de candidatos, algunos de ellos muy alejados de la política tradicional que domina, aún, el país.

Uno de ellos lo dijo hace algunas semanas en un programa de televisión: a Rafael Correa le dieron durante meses el 2% de los votos en las encuestas y finalmente ganó e inició un proceso de cambio que incluyó una nueva Constitución. Y ese mismo candidato estos últimos días ha desbordado auditorios y salones en sus conferencias, teniendo que hacer la última de ellas en plena plaza pública pues llegaron a escucharlo diez veces más personas que lo que su comando tenía proyectado.

¿Será este año aquel en que Chile siga la senda de sus hermanos latinoamericanos? ¿Ganarán los interesados expertos de siempre o nuestro país seguirá con su pertenencia histórica sumándose también a los procesos de cambio que recorren toda nuestra querida América Latina?

El Pueblo dirá.

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