Por Ignacio Torres G.
Desde hace algún tiempo dentro
del movimiento estudiantil hay cierta discusión que parece ir derivando hacia
la premisa de que noviolencia es sinónimo de reformismo
y, por consiguiente, que la violencia implica radicalidad.
Lamentablemente, cuando se reflexiona en público
sobre la violencia sucede una cosa curiosa: se discute sobre varias cosas
anexas o derivadas de la violencia, como la legitimidad de ella, su eficacia, los
diversos tipos que hay, etc., pero se obvia una cuestión fundamental, que es
responder la elemental pregunta de ¿qué es la violencia?
Responder
conceptualmente sobre qué es la violencia, dar una definición de ella para
poder discutir provechosamente al respecto es necesario no sólo por la evidente
claridad mínima, el acuerdo insoslayable de común comprensión sobre lo que se
trata propio de cualquier discusión, sino que especialmente porque se trata de
un tema complejo, difícil de asir y de limitar. Frecuentemente cuando se habla
de violencia se alude a cuestiones muy concretas, como golpes, atentados o
guerras, pero aquellas acciones no son definiciones conceptuales de violencia,
sino que ejemplos de formas de violencia. La violencia, al parecer, no es tan
fácil de definir, más aún cuando intuitivamente situaciones análogas nos
parecen muy distintas respecto al calificativo de “violentas”. Por ejemplo, si
en un debate, precisamente sobre violencia, uno de los expositores redujera a
otro, lo inmovilizara y frente al público le cortara una pierna con un
cuchillo, amputándosela, nadie dudaría de que obró violentamente y esa persona
sería objeto del odio del amputado, del repudio social de los testigos y más
que seguramente de una sanción penal por parte del sistema judicial; pero si esa
misma persona fuera un médico y la “víctima” alguien aquejado de una gangrena
en su pierna y el médico inmovilizara a esta persona mediante sustancias
(anestesia) y cortara con un cuchillo (un bisturí) su pierna, amputándosela,
frente a un público (de estudiantes de medicina), sucedería con toda
probabilidad que ese médico recibiría la gratitud del amputado, la admiración
de los testigos por la tarea bien hecha, y la recompensa del servicio de salud
donde realizó la operación pagándole una cuantiosa suma de dinero. Y eso que en
ambos casos de lo que se trató, en concreto, fue nada menos que la amputación
de una extremidad a una persona. Alguien podría decir, sin embargo, que el
ejemplo es demasiado elaborado y que evidentemente hay cuestiones que son
violentas en sí mismas, como los golpes. Pero ante eso habría que recordar
simplemente la Maniobra de Heimlich, famosa gracias al cine y la TV, mediante
la cual se desobstruyen las vías respiratorias de alguien que sufre asfixia por
el bloqueo que le produce algún elemento, y que no es otra cosa que golpear el
abdomen de la persona con ambas manos, maniobra que, cuando menos, parece
forzado calificar de violenta. Si una persona se abalanza contra otra, la
reduce e inmoviliza, ciertamente que diríamos que se trata de una agresión y un
acto violento, pero si esa persona inmovilizada estaba violando a una niña y
quien se abalanzó sobre ella la inmovilizó para detener ese ataque sexual,
probablemente diríamos que fue un héroe más que un violento.
Algo pasa,
entonces, con el concepto mismo de violencia, que al parecer tiene cierta
complejidad y que, por lo mismo, es muchas veces dejado de lado por quienes
discuten al respecto. Pero hay cierta tradición de pensadores y activistas que
ha defendido y promovido históricamente la Noviolencia Activa y la han definido
a ella y a la violencia. Y recogiendo sus aportes
es posible intentar una definición de violencia como
la anulación de la intención, esto es, colocar a una persona en
posición de objeto, negando su condición de sujeto y, por lo tanto, convertirla
en herramienta de realización de intenciones ajenas a la propia. O dicho de
otra forma, la violencia es
el
cercenamiento de la libertad o la realización concreta y material de la
dominación.
Y si
seguimos esta definición, se nos hace comprensible ahora porqué el médico que
amputa la pierna de un paciente enfermo no es violento: porque lo hace con el
consentimiento del paciente, siguiendo la intención de éste, y con el fin de
salvarle la vida, o sea, de prolongar, de hacer posible en el futuro su
intencionalidad, su libertad. Y lo mismo pasa con aquel que realiza la Maniobra
de Heimlich al prójimo que se asfixia frente a sus ojos y le salva la vida y
asegura su intencionalidad, pues se la amplía, exactamente lo contrario de
anularla. Y cuando se trata de quien salva a una niña de una agresión sexual,
precisamente no hay violencia de su parte porque de lo que se trata ahí es de
una liberación de alguien que está siendo sometido a violencia, y detener la
violencia es distinto a ejercerla, aunque en la situación concreta el límite
pueda ser delgado (detener una agresión sexual sería reducir al atacante e
inmovilizarlo, pero cuando a ese victimario se lo agrede en venganza por lo que
ha hecho, se pasa a ejercer violencia).
De lo
anterior se derivan varias cuestiones relevantes. La primera y obvia es que si
la violencia es la anulación de la intención, sólo hay violencia cuando se
trata de seres intencionales, por lo que hablar de que “se violentó una cosa”
resulta absurdo. Las cosas pueden destruirse, abandonarse o protegerse, pero violentarse
no, aunque sí se pueda violentar a personas utilizando objetos.
Lo segundo,
y quizá más importante de todo, es que entendida la violencia como aquí se la
está entendiendo, basta analizar someramente el mundo para comprender que
vivimos en un mundo precisamente violento, donde la violencia es parte de la
experiencia de vida de la inmensa mayoría (¿de la totalidad?) de las personas,
y ésta es ejercida tanto por los individuos entre sí como por sistemas
institucionales, algunos de los cuáles producen discursos de legitimación
pública de la violencia que ejercen. Si la violencia es la anulación de la
intencionalidad, la objetivación de personas o conjuntos humanos como meros
instrumentos de otros, tiene sentido hablar de violencia económica, política,
sexual, religiosa y muchas más, porque son muchos y variados los planos donde
se cercena la libertad humana, donde se anula la intencionalidad, siendo la
violencia física apenas la más burda y evidente forma de violencia pero ni de
lejos la más extendida ni intensa. Así las cosas, la explotación, la
discriminación, la persecución, en fin, muchos fenómenos sociales son
expresiones de ese fantasma que recorre la sociedad contemporánea: la
violencia, que es la cara concreta de la dominación. Y entonces, es fácil
comprender que la violencia no es una excepción, no es un acto aislado y
extraordinario que ocurre excepcionalmente, sino que es la moneda corriente en
una sociedad cuyo sistema de relaciones tiene incorporada a la violencia dentro
de sí mismo.
De esta
manera, la tercera cuestión relevante es que los actos deliberadamente
violentos que una persona o un grupo pueden realizar son una reproducción de lo
que normalmente sucede en la sociedad, produciéndose la paradoja de que cuando
se actúa violentamente para cambiar el orden de cosas imperante, en realidad se
lo reafirma al hacer exactamente lo que sucede día a día en el marco de ese orden
de cosas. Así visto, la Noviolencia Activa, en tanto metodología de acción,
postura ética y propuesta teórica, si se despliega en plenitud, esto es,
generando relaciones solidarias, horizontales y no impositivas y siendo
efectivamente activa, valiente, realizadora de cosas y no mera crítica
discursiva a la violencia, se constituye como un actuar disruptor de la
facticidad dominante, se convierte en una ventana para ver y vivir un modo
diferente al que impera con este orden de cosas, se manifiesta como un efecto
demostrador y performativo de que los actos humanos pueden no estar dominados
por la violencia y que por lo tanto el mundo puede superar el estado violento
en el que se encuentra. Así, la genuina Noviolencia Activa aspira a un cambio
profundo en el modo en que vivimos. En la Noviolencia Activa está la
radicalidad.